Rápido, que se va todo al carajo !!

viernes, 6 de febrero de 2009

Preguntas ingenuas


Aclaro desde el vamos que ésta es una reflexión ingenua, sin profundidad ideológica o política, que debe ser (merecidamente) obviada por todo aquel que tenga sus ideas y su estrategia política tan claras como corresponde a un militante que se precie de tal.

Compañeros, nos hemos pasado décadas afirmando ideas y luchando por ellas. En unas pocas ocasiones, alcanzamos en la difusión y aceptación de las mismas un éxito relativo y fugaz. La mayoría de las veces, un rotundo fracaso nos forzó a retroceder, tomar impulso nuevamente y seguir insistiendo. Tengo que reconocer hoy, en mi caso casi 40 años después, que la mayoría del tiempo invertido fue desaprovechado. Infructífero. 
¿Dónde estuvo el error? ¿Cómo es posible que si uno (cualquiera sea) plantea las posibilidades ciertas de mejorar el mundo en el que vive, si explicita lógicamente las maneras, las condiciones en que se puede cambiar gradualmente, si tantos cientos y miles de compañeros en todos las provincias, en todas las ciudades y los pueblos, insistimos y explicamos, demostramos, reiteramos, no hayamos logrado al menos un resultado mensurable en cifras?

Vengámonos más cerca. Me pregunto: ¿cómo es posible que un país (o un continente) como el nuestro, constituido mayoritariamente por hijos y nietos de inmigrantes pobres, de esclavos, de aborígenes cuasi extinguidos, de miserables exiliados que vinieron con una mano tapándose el culo y la otra lo que tuvieran delante, no pueda resolver con cierta generosidad (aunque sea por el recuerdo de sus carencias pasadas) las necesidades básicas de sus compatriotas menos favorecidos, menos afortunados, menos inteligentes o menos instruidos?

Sé perfectamente que es una pregunta idiota. Y que hay, como corresponde, mil respuestas sociológicas, sicológicas, económicas, políticas, ideológicas y tres mil etcéteras para contestarla. 
De manera que no me expliquen obviedades. Porque a lo mejor –digo- precisamente el problema está en que conocemos las respuestas, pero tal vez no sepamos hacer las preguntas necesarias para que el conjunto del pueblo (la “gente”, como se dice ahora), se responda a sí misma y, a su vez, se pregunte qué mierda está haciendo.

Fíjense que no pretendo ya definiciones profundas, sesudas reflexiones sobre la justicia, ni siquiera deseo referirme a la lucha de clases, ni a una ideología, y mucho menos acercarme a una moral social. Vamos más atrás, más a lo básico. Vamos a la 
ética personal. Dirán algunos: “si, muy simple, pero… ¿quién sabe lo que significa esa palabreja?
Y la respuesta es: todos. Tal vez no puedan definirla en largos párrafos o con la estrictez del diccionario, pero todos tenemos grabado a fuego en el cerebro su significación elemental: todos queremos ser “buenos”. No creo que ninguno haya encontrado jamás una sola persona que se califique a si misma, salvo en broma, como “mala”, “deshonesta”, “cruel”, “viciosa”, ni siquiera “egoísta”. En todos los casos, el accionar “dudoso” es justificado mediante una excusa, una explicación, un “no pude hacer otra cosa” que disminuye, si no elimina, la culpa. Y eso, evidentemente, indica que la persona en cuestión “sabe” que no está respondiendo a su imperativo elemental: ser “buena gente”.

¡Pero qué ingenuidad! Estarán pensando varios. Y les avisé que este texto trataba precisamente de eso. Porque si quitamos esa ingenuidad no queda más remedio que concluir que la gran mayoría de los seres humanos, en la Argentina y en el mundo, somos malas personas. Y malos de verdad. ¿Están dispuestos a aceptarlo? ¿Están dispuestos a reconocer –aunque sea en su fuero íntimo- “en realidad soy un/a hijo/a de puta” igual que mi esposa/marido y así serán mis hijos? No lo creo. Creo que todos logramos justificar nuestras “maldades” diarias porque evitamos hacernos las preguntas clave. Aquellas que nos obligan a reconocer que “nos cayó la ficha”, como decimos aquí.

Parto de la base que cualquiera al que le preguntaran si le gustaría que el mundo fuera mejor, más justo, contestaría que si. Y que (incluso honestamente) le gustaría “hacer algo” para ayudar pero, claro, "no sabe" cómo.

Seguramente, cuando alguno de mis compañeros y amigos militantes lea esto, sonreirá irónico y supondrá que los gagacocos (reliquia de Humor Registrado) me comieron el bocho irreversiblemente. Bueno, puede ser, hoy me desperté simple. Tan simple que no tengo respuestas, sino preguntas. Preguntas que, reitero, no tienen que ver con ideologías ni partidos, ni líderes. Que no hacen a la “política”, ni a la “revolución”, ni a la “conciencia” social. Vamos más atrás:

• ¿Le tiré un mango al último pibe que me pidió una moneda para comer?

• ¿Le hice un “favor verdadero” (de esos que cuestan) al último que me lo pidió?

• ¿Sigo pensando (en la práctica) que lo que tengo me lo gané 
solo?

• ¿Creo –conscientemente- que los hijos de los otros son “menos importantes” que los míos?

• ¿Creo –conscientemente- que yo soy “más importante” que los demás?


• ¿Creo –conscientemente- que en los últimos días (no años ni meses) hice de verdad “algo” para que mi país (mi ciudad, mi barrio, mi pueblo) sea mejor?

• ¿Me he detenido cinco minutos (no más) en los últimos días (no años ni meses) para pensar en lo que yo podría hacer para que mi país (mi ciudad, mi barrio, mi pueblo) sea mejor?

A esta altura, ustedes pensarán: “esto parece un manual de autoayuda”. Pero la verdad yo creo que los que no pueden contestar rotundamente “si” o “no” (según corresponda) a todas las preguntas de arriba, verdaderamente necesitan ayuda. Son preguntas simples, básicas, y cualquier persona medianamente honesta puede imaginar sin que yo las escriba las 10 ó 20 preguntas siguientes, las que debería hacerse a solas para decidir, con veracidad, si es o no “buena gente”.
Por supuesto tengo la seguridad de que la mayoría no lo harán. Preguntarse a uno mismo cosas simples suele ser peligroso, porque es casi inevitable hallar las respuestas.

Pero sería interesante que lo hicieran. Porque no sólo quedarían esclarecidos con respecto a la vida que llevan y el porqué el mundo funciona como funciona, sino que entenderían el motivo por el cual aquellos que ya intentamos respondernos esas preguntas hace mucho tiempo, quedamos “atados” a una especie de caprichoso camino del que no podemos (¿no queremos?) salir. 
Comprenderían también porqué “no me pasa a mí” no es una “buena” respuesta. Y ya no se preguntarían “inocentemente” ¿por qué? cuando algunos de nosotros de tanto en tanto nos cansamos, y elegimos transitar ese camino al que nos atamos, por rutas más rápidas, menos amables y muchísimo más dolorosas para todos.


Enrique Gil Ibarra

AY, CHE !, LA CULPA ES DE LOS CHICOS, VISTES?..(decir esto con una papa caliente en la boca para obtener el tono idóneo)

Ahora lo sabemos. Qué afortunada es nuestra sociedad que por fin logró descubrir la verdadera causa de la delincuencia. Y era tan simple, vea. Al final, tenía razón Ruckauf cuando pedía plomo para los delincuentes. Claro, lo que pasaba era que la policía disparaba demasiado arriba; hay que entrenarlos de nuevo para que apunten a no más de un metro y cincuenta centímetros del piso, porque la culpa la tienen los chicos de 14 años.
Así que los metemos presos a todos y se acabó la inseguridad en Buenos Aires que, desde luego, es el fiel reflejo del país.

Este genial descubrimiento lo debemos a los sufridos vecinos de San Isidro, que con la colaboración de sacerdotes, rabinos y esforzados defensores de la libertad y las buenas costumbres, han efectuado una sesuda investigación sociológica que les permitió deducir que, bajando las edades de imputabilidad, se soluciona todo el problema de la inseguridad, la violencia, la delincuencia y la droga. Claro que falta resolver el hambre, la miseria, la falta de trabajo, la humillación diaria, la corrupción, la desigualdad social y la indiferencia. Pero por algo hay que empezar. 
De manera que descargamos la culpa en los pibes de 14, y todos contentos.

No es necesario preocuparse por recordar que esas mismas señoras que aplaudían a Juan Carr frente al Municipio, son las que se bajaban de los aviones provenientes de Miami, con sus valijas repletas de “déme dos”, justito cuando esos chicos que vamos a encarcelar hoy estaban a punto de nacer.

Para qué vamos a decir que sus maridos aullaban en la calle Florida defendiendo las privatizaciones de las empresas del Estado que dejaron sin trabajo a miles de argentinos condenándolos, en el mejor de los casos, a apostar a un kiosquito de golosinas o a una remisería globalizados, destinados al fracaso.

Ni siquiera es procedente destacar que la mayoría de las personas serias, razonables y que conocen algo del tema en todo el planeta señalan que la delincuencia en los adolescentes –problema mundial- se produce porque hemos marginado a un enorme sector de la sociedad que, a ver si lo entendemos, no nos debe nada a nosotros. Que somos “los otros”. Los que nos vestimos, comemos, trabajamos, vivimos “como Dios manda”, y recién ahora, cuando las papas queman, nos acordamos que existen estos chicos a los que les dimos vuelta la cara desde antes que nacieran. Como siempre, nuestra solución es sacarlos de la vista. 

Cosa curiosa: no escuché a los vecinos de San Isidro reclamar un cambio de legislación urgente y medidas inmediatas para la resocialización de esos chicos. Si, por supuesto, escuché declamaciones diciendo que “es necesario” que existan centros de reeducación en todo el país. Pero el cambio de Ley de verdad exigido es que puedan ir presos “ya” porque, claro, nos molestan hoy. 
Y todos entendemos que esas declaraciones sobre reeducación e integración social son para la gilada, si después de todo son unos negros de mierda que no tienen arreglo. 

Llama la atención observarnos a los adultos buscando “soluciones”: nos comportamos como chicos. 
En lugar de educar, contener, alimentar, vestir y querer; en vez de exigir a la dirigencia soluciones de fondo para sanear la sociedad enferma en la que vivimos; a contramano de pensar seriamente cómo rescatamos a estos nenes (¡14 años!) para que no elijan robar, queremos meterlos presos. ¿Será que eso es suficiente? Porque luego están los de 13, y los de 12. ¿Dentro de un par de años bajamos la ley de nuevo? ¿Y si los encanamos desde que nacen, así no nos joden más? 

Como si fuéramos chicos, no hicimos nada ayer, pero queremos la solución hoy. Aunque eso signifique cargarle la culpa a alguien, por supuesto siempre más pequeño, siempre más débil.
Elegimos continuar compartiendo, indignamente, la complicidad de la indiferencia. Mañana, con un poco de suerte e imaginación, tal vez la culpa la tengan otros: los paraguayos, los coreanos o los analfabetos. Quizás a algún genio capitalino se le ocurra entonces exigir el voto calificado. Después de todo, como Duhalde dijo hace tiempo, estamos “condenados al éxito”, así que probando y probando, alguna vez la vamos a pegar.
Tantos años pasaron y seguimos en el país jardín de infantes.

Enrique Gil Ibarra

Operación Plomo Impune

Por Eduardo Galeano

Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos.
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Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes.

Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.
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Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelita usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina.

Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.
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Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.

No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.
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Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros.

¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?
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El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.

Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.

Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.
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La llamada comunidad internacional, ¿existe?

¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro?

Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad.

Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.

La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.

(
Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró.)

LA VERDADERA EDAD DE LOS PAISES

por Hernán Casciari

Leí una vez que Argentina no es mejor ni peor que España, sólo más joven. Me gustó esa teoría y entonces inventé un truco para descubrir la edad de los países basándome en el sistema perro. Desde chicos nos explicaron que para saber si un perro es joven o viejo había que multiplicar su edad biológica por 7. Con los países, entonces, hay que dividir su edad por 14 para saber su correspondencia humana. ¿Confuso? En este artículo pongo algunos ejemplos reveladores.

Argentina nació en 1816. Tiene ciento ochenta y nueve años. Si lo dividimos por 14, Argentina tiene trece años y cuatro meses. O sea, está en la edad del pavo. Argentina es rebelde, es pajera, no tiene memoria, contesta sin pensar y está llena de acné. Por eso le dicen el granero del mundo.

Casi todos los países de América Latina tienen la misma edad y, como pasa siempre en esos casos, hay pandillas. La pandilla del Mercosur son cuatro adolescentes que tienen un conjunto de rock. Ensayan en un garage: hacen mucho ruido y jamás sacaron un disco. Venezuela, que ya tiene tetitas, está a punto de unirse para hacer los coros. En realidad quiere coger con Brasil, que tiene catorce y la poronga grande. Son chicos; un día van a crecer.

México también es adolescente, pero con ascendente indio. Por eso se ríe poco y no fuma inofensivo porro como el resto de sus amiguitos. Fuma peyote y se junta con Estados Unidos, que es un retrasado mental de 17 que se dedica a matar a chicos hambrientos de seis añitos en otros continentes.

En el otro extremo, por ejemplo, está la China milenaria: si dividimos sus 1.200 años entre 14, nos da una señora de ochenta y cinco, conservadora, con olor a pis de gato, que se la pasa comiendo arroz porque no tiene para comprarse la dentadura postiza. Tiene un nieto de ocho, Taiwán, que le hace la vida imposible. Está divorciada hace rato de Japón, que es un viejo cascarrabias al que todavía se le para la chota. Japón se juntó con Filipinas, que es jovencita, es boluda y siempre está dispuesta a cualquier aberración a cambio de dinero.

Después están los países que acaban de cumplir la mayoría de edad y salen a pasear en el BMW del padre. Por ejemplo Australia y Canadá. Estos son típicos países que crecieron al amparo papá Inglaterra y de mamá Francia, con una educación estricta y concheta, y ahora se hacen los locos. Australia es una pendeja de 18 años y dos meses que hace topless y coge con Sudáfrica; Canadá es un chico gay emancipado que en cualquier momento adopta al bebé Groenlandia y forman una de estas familias alternativas que están de moda.

Francia es una separada de 36 años, más puta que las gallinas, pero muy respetada en el ámbito profesional. Es amante esporádica de Alemania, un camionero rico que está casado con Austria. Austria sabe que es cornuda, pero no le importa. Francia tiene un hijo, Mónaco, que tiene seis años y va camino de ser puto o bailarín, o las dos cosas.

Italia es viuda desde hace mucho tiempo. Vive cuidando a San Marino y a Vaticano, dos hijos católicos idénticos a los mellizos de los Flanders. Italia estuvo casada en segundas nupcias con Alemania (duraron poco: tuvieron a Suiza) pero ahora no quiere saber nada con los hombres. A Italia le gustaría ser una mujer como Bélgica, abogada, independiente, que usa pantalón y habla de tú a tú de política con los hombres. (Bélgica también fantasea a veces con saber preparar spaghettis.)

España es la mujer más linda de Europa (posiblemente Francia le haga sombra, pero pierde en espontaneidad por usar tanto perfume). España anda mucho en tetas y va casi siempre borracha. Generalmente se deja coger por Inglaterra y después hace la denuncia. España tiene hijos por todas partes (casi todos de trece años) que viven lejos. Los quiere mucho, pero le molesta que los hijos, cuando tienen hambre, pasen alguna temporada en su casa y le abran la heladera.

Otro que tiene hijos desperdigados es Inglaterra. Gran Bretaña sale en barco a la noche, se culea pendejas y a los nueve meses aparece una isla nueva en alguna parte del mundo. Pero no se desentiende: en general las islas viven con la madre, pero Inglaterra les da de comer. Escocia e Irlanda, los hermanos de Inglaterra que viven en el piso de arriba, se pasan la vida borrachos, y ni siquiera saben jugar al fútbol. Son la vergüenza de la familia.

Suecia y Noruega son dos lesbianas de 39, casi 40, que están buenas de cuerpo a pesar de la edad y no le dan bola a nadie. Cogen y laburan: son licenciadas en algo. A veces hacen trío con Holanda (cuando necesitan porro), y a veces le histeriquean a Finlandia, que es un tipo de 30 años medio andrógino que vive solo en un ático sin amueblar, y se la pasa hablando por el móvil con Corea.

Corea (la del sur) vive pendiente de su hermana esquizoide. Son mellizas, pero la del norte tomó líquido amniótico cuando salió del útero y quedó estúpida. Se pasó la infancia usando pistolas y ahora, que vive sola, es capaz de cualquier cosa. Estados Unidos, el retrasadito de 17, la vigila mucho, no por miedo, sino porque quiere sus pistolas.

Israel es un intelectual de sesenta y dos años que tuvo una vida de mierda. Hace unos años, el camionero Alemania (que iba por la ruta mientras Austria le chupaba la pija) no vio que pasaba Israel y se lo llevó por delante. Desde ese día, Israel se puso como loco. Ahora, en vez de leer libros, se la pasa en la terraza tirándole cascotes a Palestina, que es una chica que está lavando la ropa en la casa de al lado.

Irán e Irak eran dos primos de 16 que robaban motos y vendían los repuestos, hasta que un día le robaron un repuesto a la motoneta de Estados Unidos, y se les acabó el negocio. Ahora se están comiendo los mocos.

El mundo estaba bien así, es decir, como estaba. Hasta que un día Rusia se juntó (sin casarse) con la Perestroika y tuvieron docena y media de hijos. Todos raros, algunos mogólicos, otros esquizofrénicos.

Hace una semana, y gracias a un despelote con tiros y muertos, los habitantes serios del mundo descubrimos que hay un país que se llama Kabardino-Balkaria. Un país con bandera, presidente, himno, flora, fauna, ¡y hasta gente!

A mí me da un poco de miedo que nos aparezcan países de corta edad, así, de repente. Que nos enteremos de costado, y que incluso tengamos que poner cara de que ya sabíamos, para no quedar como ignorantes. ¿Por qué siguen naciendo países nuevos —me pregunto yo— si los que hay todavía no funcionan?

Fuente: http://orsai.es