El "Guernica"— ese extracto de universo sin palomas
El "Guernica"— ese extracto de sangre, rebeldía y llanto
Por Cristina Castello
"Yo, Picasso" era su frase favorita. Fue un desesperado por la vida y la arrasó. No tuvo límites. Ni para crear, ni para doblegar. Ni para beberse el arte, el alcohol y los burdeles; ni para encerrarse en silencio, para crear. El 8 de este abril se cumplen los treinta y seis años de su adiós (¿A Dios?). Hoy grita, gime, increpa y resiste desde el "Guernica", su obra maestra. Desde ese cuadro que es historia, que escribió la Historia, y que es emblema de libertad, "Yo, Picasso" sigue alertando a los inocentes de la Tierra. En el corazón de este mundo trémulo, su clamor pictórico y vital tiene hoy, aún más entidad.
Niño prodigio y superdotado; comunista y pacifista, o burgués. Tierno y cruel; amigo y traidor... aquella vez. Aunque ardió en su fuego, salió siempre ileso, él. Calcinaba a los otros. A las otras. Las mujeres eran sus diosas, pero también, "frazadas para limpiar pisos" y "máquinas para sufrir". Sus ojos desorbitaban destinos. Lo rodeó la muerte y lo abrazó la vida, hasta los 91, cuando nos dejó. ¿Quién fue: Eros o Tánatos?
Fue un chamán, un genio; el mayor artista del siglo XX y hasta ahora sin parangón. Pintor, escultor, grabador, dibujante, su obra fue decisiva para el desarrollo del arte, incluso para el diseño gráfico, la ilustración y el cómic. Ganó un dinero incalculable; mientras otros artistas morían de hambre, él vivía en castillos y, cuando sus obras los desbordaban, no los vendía: compraba otros.
Se declaraba pacifista y fue miembro del Partido Comunista Francés, hasta su adiós. Pero si bien la obra del Picasso de los 20 años, refleja el desconsuelo de los excomulgados de la humanidad, el de los cuerpos abismados, y el de los ciegos, después nunca mostró explícitamente un compromiso con el dolor universal. Hasta que el demonio nazi aliado a ese otro amo de los infiernos —el Generalísimo español Francisco Franco— se encaramó en pájaros asesinos. Pájaros-aviones que bombardearon la ciudad vasca de Guernica el 26 de abril de 1937, y la muerte puso huevos en la herida. ¡Oh ruiseñor de sus venas! (García Lorca).
El chamán Picasso reaccionó de inmediato en favor de los republicanos. Henchido de ira y pletórico de arte, pintó el célebre "Guernica".
El "Guernica"— ese extracto de universo sin palomas. El "Guernica"— ese extracto de sangre, rebeldía y llanto, a partir del cual hay un antes y un después. Un antes y un después para la pintura; un antes y un después —o debería haberlos— en las conciencias de quienes miran esos tres metros de alto y ocho de largo, de arte, furia y piedad.
Con esta pintura, nada más —y nada menos—, que está en el Museo "Reina Sofía" de Madrid, hubiera sido suficiente para la gloria del genio.
El "Guernica" es un alegato contra la guerra, contra el terrorismo franquista y contra todo fascismo. La violencia, las madres, las mujeres, la maternidad, la sexualidad, laten en esa obra, como un retrato del espanto. Fragmentos de vidas y muertes, son pequeñas imágenes de la gran imagen de un caos organizado, en la obra suprema que exige Libertad.
De un lenguaje pictórico sorprendente, es el trabajo de un maestro de la composición que revela, a la vez, la mirada inocente de un niño.
Así fue Pablo Picasso. De pequeño pintó como un adulto, y recién en su madurez, recuperó su mirada de infante: "Desde niño pintaba como Rafael, y me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño". Cierto, no es fácil recuperar la inocencia.
Pero nunca estuvo solo para buscar su mirada virgen; un año antes de morir, cuando tenía ya 90, dijo que la muerte fue la única mujer que lo acompañó siempre. Y entonces, las trece diosas "oficiales" que fueron sus frazadas para limpiar pisos y que, sin embargo, lo amaron incluso hasta el suicidio... ¿Qué hicieron?
Animal en celo
Quiso ser libre como el mar, y resultó esclavo de su sed hacia todo y hacia todas. Como un animal en celo, necesitaba de las mujeres, con la misma potencia con que las mimaba primero, y maltrataba después. Se desesperaba por las adolescentes, quería probar toda forma de sexo, ahogarse de pasión para mejor emerger. Si hasta fue sospechado de homosexual por el novelista Norman Mailer. ¡Vaya "delito"!
Después de haber pintado "El picador", en La Coruña a los cuatro años, se enamoró de Carmiña. Él tenía diez octubres; ella es "La niña de los pies descalzos", cuadro que el Maestro conservó hasta su adiós.
Jadeante de deseo y tórrido de delectaciones, de allí en más todos sus amores —¿sabía amar?— se convirtieron en pinturas. Por sus etapas: azul, rosa, cubista, la de cercanía al surrealismo, la expresionista, las de las máscaras africanas —por todas, después de Carmiña— desfilaron muchas de sus mujeres. La cupletista célebre Josefa Sebastiá— "La Chelito"; las que surgieron de aventuras, producto de la frecuentación de cabarés de París, Barcelona y Madrid y más.
Hasta que llegó —le llegó— Fernande Olivier. Con ella convivió en el barrio de Montmartre, en París, pero se escapó del hogar para crear otro con Eva Gouel, a quien llamaba "Ma Jolie" ("Mi Linda").
1917 le regaló a Olga Koklova, bailarina del ballet ruso, al que abandonó por Don Pablo Ruiz Picasso, llamado así hasta que —por rechazo hacia su padre— comenzó a firmar sólo son el apellido de su mamá. Al año siguiente se casaron: la princesa fue la única esposa de Picasso ante la ley; a partir de entonces, se integró la "alta sociedad" y vivió como un burgués. La rusa aristocrática, se había presentado ante él, altiva:
—"Soy Olga Koklova, la sobrina del Zar", tronó como si susurrara, al tiempo que descubría su escote de aguas sediciosas frente al sediento de toda sed.
Bellísima sobre su metro 55 de estatura, en las obras de su esposo apareció como una tonta, empecinada, e insatisfecha. ¿Existe la realidad o existen los ojos que la miran?
El primer hijo de ambos, Paulo, nació tres años más tarde, y ayudó a disimular el fin del amor, que se anunciaba. Con sus monerías infantiles, regocijaba a las arenas de la Costa Azul, al tiempo que la decadencia de la pareja encontraba su apogeo.
Como si su vida hubiera sido un best-seller, la historia del Genio estuvo signada también por la tragedia. Paulo, con quien siempre había sido indiferente, murió de cirrosis y alcohólico; y —por una perversión del destino— su nieto Pablito se suicidó el día de la muerte del artista, pues Jacqueline Roque, su última y dictadora compañera, no lo dejó entrar al funeral. El pequeño bebió cantidades de lavandina, y se fue de la Tierra... ¿Con su abuelo, a Dios?
Picasso había fumado opio en París con Apollinaire, Mirbeau, Lautrec y Modigliani. Buscaban semillas de sueños para sembrar la aurora. Fumaban para soñar. Y como un sueño llegó a su vida Marie-Thérèse Walter, cuando ella tenía 17 años y él 46. Era 1927.
El deseo erótico se sumaba al placer de la aventura; el secreto de los encuentros era absoluto, para evitar problemas con la ley, por la edad de la adolescente. Cuando nació María concepción, Maia, la hija de los dos, Olga fue abandonada. Y también, a su turno, Marie-Thérèse, quien, sin embargo, siguió asistiéndole con devoción: le cortaba las uñas y el pelo y las guardaba, en un orden cronológico estricto, pues él temía que le hicieran brujerías. Escribió a su amado durante treinta años; y finalmente, cuando él murió, se suicidó en la casa de Picasso en la Costa Azul.
Los ojos verdes de la fotógrafa yugoslava Dora Maar, le llegaron de la mano de Paul Éluard y su dulce esposa Nush, quienes los presentaron en un café de París. Corría 1936 y el chamán cayó rendido ante su belleza e inteligencia. Pero... ¿Es que él se rendía ante algo o alguien?
No, también desertó de aquella mirada esmeralda, para tomar de la mano a Françoise Gilot, en 1943, con quien tuvo otros dos hijos: Claude y Paloma.
Dora, brillante y talentosa, había fotografiado toda la etapa del Guernica, mientras sufría escenas de celos, que continuaron después de la separación. Cada vez que él la encontraba con alguna posible pareja, hacía escándalos mayúsculos; para su delirio, cada mujer llevaba la "marca Picasso" y a ella se debía. Dora terminó en un manicomio, y finalmente se hizo profundamente religiosa.
Fue Jacqueline Roque, su última mujer, la única que pudo dominarlo, bueno... apenas; trató de aislarlo de sus amistades, hijos y nietos, lo acompañó hasta el final. Después de la muerte de Picasso en 1973 en Mougins, Francia, se pegó un tiro, pues no encontraba un sentido a la vida, sin él. Están enterrados juntos, en los jardines del Palacio de Vauvenargues, que Picasso había comprado, pero donde nunca había vivido, en la Riviera Francesa. Mientras se comía la vida, sin saberlo, había preparado su propio sepulcro, suntuoso.
El arte a quemarropa
Casi todas sus mujeres escribieron libros sobre él. Pero cuando Françoise Gilot, publicó "Mi Vida Con Picasso", él no quiso ver nunca más a los hijos de ambos, Claude y Paloma. Con la única que se frecuentaba a veces, era con Maia, hija de Marie-Thérèse, se recordará. Ya grande, ella reconoció que su padre hubiera deseado guardar consigo a todas las mujeres; como un coleccionista, las clasificaba por color, forma y espíritu. Como a las mariposas.
¿Cuál de sus mujeres fue la más amada, si es que amó a alguna, más allá del ansia de poseerlas todas? Quizás lo fue la más oculta, la poeta Geneviève Laporte, más de 40 años más joven que él, bella, refinada, sutil. Aparentemente la relación duró un lustro, pero jamás la olvidó. "Nunca podré ser más que tus pinceles /Ser obra de tus manos /Estar dentro de ti", reza un fragmento de alguno de sus poemas para él.
Pero todas le escribieron versos. Y también él escribió, entre cuyos libros, el más conocido es la obra de teatro "El deseo agarrado por la cola". Él lo podía todo. ¿Todo?
El poeta Guillaume Apollinaire lo escuchaba y acompañaba, con el afecto de los amigos verdaderos. Curiosa vida: en 1911 un empleado suyo robó algunas estatuillas del Museo del Louvre y las vendió a Picasso. Apollinaire fue detenido por la policía francesa y el genio fue llamado a declarar. Dijo no conocer en absoluto al poeta. Fue una traición.
¿Y cómo llamar a las expresiones de Joan Miró, cuando, con su esposa Pilar, se enteró de la muerte del gran Maestro? "Pilareta —se alegró— desde ahora el número uno soy yo".
Cada palabra es un autorretrato: aquí, el de Monsieur Miró.
Pablo Picasso dejó un imperio y sus herederos viven en torno de su fortuna; salvo Paloma Ruiz Picasso, hija del pintor y de Françoise, que tiene su propio imperio de fragancias, joyas y bolsos. A ella le correspondieron 30.000 millones de la herencia, es dueña... hasta de rascacielos y, con su hermano Claude, compraron la isla Petalious en Grecia, a la cual casi no van. Amaba a su papá: le importaba su inteligencia y su bohemia; ríe cuando cuenta que —ante ciertos gastos— le escuchaba siempre la misma respuesta: "¿Crees que eres la hija de Rockefeller?".
Picasso, ¿Eros, Tánatos, o ambos? Quizá ninguno. Picasso era un genio, y a los genios no se los suele medir con la misma vara que a todos. Tienen la "pasión del Absoluto", de la que escribió Louis Aragon, aunque no se refería a ellos. Son seres para quienes nada es suficientemente "algo".
Aunque tengan una vida social activa, están aislados. Necesitan encontrar-se en la soledad, su único lugar posible. ¿Saben amar? El arte es un amante tan exigente que quiere al hombre todo entero, según Miguel Ángel Buonarroti. "Nunca podré ser más que tus pinceles", había comprendido sabiamente Geneviève.
¿Hay un lugar cierto para alguien más, en la vida de un genio o de un artista? No, salvo si ese alguien sólo acompaña como una "frazada para limpiar pisos"; o si es capaz de no perder su propia libertad interior y de conservar su propio mundo, en lugar de subordinarse al genio y dedicarse a la ceremonia de su adoración. Una de las pocas excepciones fue la conducta de Johann Sebastian Bach, quien tuvo una cotidianidad aparentemente normal. No hay muchas más.
Aunque transiten las sombras, ellos tienen gula de luz. Tienen furia de hurgar en sus propias ventanas, hacia adentro, para encontrar ese nido celeste. Esa parte de Infinito que justifica y explica el arte, para de vivir entre el cielo y la tierra con aspiración de eternidad.
El mundo es hoy una boa devoradora de vidas. Pueda Picasso, pueda el "Guernica" estremecer otra vez el corazón del hombre. Y que la Justicia "rompa sus andrajos grotescos de farándula, se escape de la pista, se meta por la puerta falsa, donde los mercaderes del mundo dirigen los destinos del hombre, y esa Justicia, pida la palabra" (León Felipe).
*Cristina Castello es poeta y periodista. Buenos Aires /París
Rápido, que se va todo al carajo !!
martes, 31 de marzo de 2009
"Yo, Picasso": genio y chamán
El mundo según Monsanto
Los creadores del monstruo. El libro de Marie-Monique Robin.
Adelanto del libro de Marie-Monique Robin, la periodista francesa que investigó los crímenes de la ESMA y que ahora desnuda al gigante de los transgénicos. Una de las compañías más polémicas del mundo que acumula una infinidad de procesos penales debido a la toxicidad de sus productos.
La “sojización” del país.
Para Monsanto la crisis argentina es una oportunidad que supera sus mayores esperanzas. La soja Roundup Ready se expande como un reguero de pólvora desde La Pampa hacia el norte por las provincias del Chaco, Santiago del Estero, Salta y Formosa. Mientras que en 1971 los cultivos de oleaginosas sólo representaban 37.000 hectáreas, pasan a ser 8.300.000 en 2000, 9.800.000 en 2001,11.600.000 en 2002, para llegar a los 16 millones de hectáreas en 2007, esto es, el 60% de las tierras cultivadas. El fenómeno es de tal envergadura que se habla de “sojización” del país, un neologismo que designa una profunda reestructuración del mundo agrícola, cuyos funestos efectos no tardarán en manifestarse.
En un primer momento, cuando la crisis abate la economía nacional, se dispara el precio de la tierra porque se ha convertido en un valor refugio que permite inversiones tan fructíferas como rápidas. “En mi sector”, cuenta Héctor Barchetta, “el precio de la hectárea pasó de 2.000 a 8.000 dólares. Los productores más frágiles acabaron por vender, lo que provocó una concentración de la propiedad inmobiliaria.” De hecho, la superficie media de las explotaciones de La Pampa pasó en una década de 250 a 538 hectáreas, mientras que el número de granjas se reducía un 30%. Según el censo agrícola realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), entre 1991 y 2001 quebraron 150.000 campesinos, 103.000 de ellos tras la llegada de la soja transgénica. En esta misma fecha unos 6.000 propietarios poseían la mitad de las tierras cultivadas del país, mientras que 16 millones de hectáreas pertenecían ya a extranjeros, un proceso que se ha acentuado todavía más después.
“Asistimos a una expansión sin precedentes del agrobusiness, de la agricultura industrial dirigida a la exportación, en detrimento de la agricultura familiar, que desaparece”, se lamenta Eduardo Buzzi, presidente de la Federación Agraria Argentina. “Los campesinos que se marchan son reemplazados por actores que no provienen del mundo agrícola: se trata de fondos de pensión o de inversores que invierten su dinero en ‘consorcios de semillas’ y que se lanzan al monocultivo de la soja Roundup Ready, en colaboración con multinacionales como Cargill o Monsanto. Todo ello en detrimento de los cultivos alimenticios.”
De hecho, mientras que la soja Roundup Ready prosigue su imparable avance y transforma al antiguo granero del mundo en un productor de forraje para el ganado europeo, las producciones alimenticias desaparecen. Según fuentes oficiales, de 1996-1997 a 2001-2002 el número de tambos, explotaciones lecheras, se redujo un 27%, y por primera vez en su historia, el país de las vacas tuvo que importar leche de Uruguay. Igualmente, la producción de arroz descendió un 44%; la del maíz, un 26%; la del girasol, un 34%; la de la carne porcina, un 36%. Este movimiento fue acompañado de una subida vertiginosa del precio de los productos básicos de consumo: por ejemplo, en 2003 el precio de la harina subió un 162%, el de las lentejas (muy apreciadas en la cocina nacional), un 272% o el del arroz, un 130%. “El argentino medio come mucho peor que hace treinta años”, subraya Walter Pengue, “y lo irónico del caso es que se nos anima a cambiar la leche y la carne de vaca, que siempre han formado parte de la dieta nacional, por leche y bistecs de soja...”.
Lo que cuenta el agrónomo argentino no es una broma de mal gusto, sino una realidad. En un país en el que el dulce de leche y la carne de vaca son ingredientes esenciales del patrimonio cultural, el propio secretario de Agricultura, Miguel Campos, se apresura a proporcionar una “buena dirección” de un “restaurante sojero” en Buenos Aires. A continuación elogia la generosidad del programa Soja Solidaria lanzado en 2002 por la AAPRESID, que decidió “ayudar” a su manera a los 10 millones de marginados que sufrían desnutrición, de ellos un niño de cada seis. La idea es simple: “Dar un kilo de soja por cada tonelada exportada”. La campaña fue apoyada por los grandes medios de comunicación, que no dudaron en presentar Soja Solidaria como una “idea brillante que va a cambiar la historia”. Por lo que se refiere al ineludible Héctor Huergo, director del suplemento Clarín Rural, anima al gobierno a “sustituir los actuales programas de ayuda social por una cadena solidaria de coste cero gracias a una red de distribución de soja, uno de los alimentos más completos que basta con hacer que entre en nuestra cultura”.
Para ello, los promotores de los OGM (organismos genéticamente modificados) no escatimaron medios: gracias al gasoil proporcionado gratuitamente por Chevron-Texaco se entregaron cargamentos de soja a cientos de comedores populares y escolares de los barrios desfavorecidos y de chabolas, a las residencias de ancianos, hospitales y a cuantas obras de caridad había en Argentina. Por todo el país se crearon talleres en los que unos voluntarios (en la Universidad Católica de Córdoba se habla incluso de “brigadistas de la soja”) enseñan a unos “cocineros” cómo fabricar “leche”, hamburguesas y otras milanesas de soja. Así, en la página web nutri.com se aprende que en Chimbas, en lo más profundo de la provincia de San Juan, un “programa municipal” permitió “formar en el consumo de soja” a 6.000 personas y que se movilizó a 1.000 voluntarios para distribuir “leche de soja” a 12.000 niños...
Cuando Soja Solidaria celebra su primer aniversario, Víctor Trucco, presidente de la AAPRESID, no oculta su satisfacción: “Con el tiempo”, escribe entonces en Clarín, “se recordará el año 2002 como el de la incorporación de la soja a la dieta de los argentinos”. Y hace un balance: “Hemos aportado 700.000 toneladas de soja, que representan 280.000 kilos de proteínas de alto valor u ocho millones de litros de leche, o 2.300.000 kilos de huevos, o un millón y medio de kilos de carne”. Una retahíla muy discutible que se supone oculta un propósito resumido por la página web de Soja Solidaria en una frase que tiene el mérito de la claridad: “El plan ha ayudado a la difusión de la soja en el país”.
Un desastre sanitario. “Mire”, dice malhumorado el doctor Darío Gianfelici al volante de su coche, “plantan soja hasta en los arcenes de la carretera. Durante la estación de las fumigaciones, uno puede acabar completamente empapado, ¡las autoridades sanitarias de este país son completamente irresponsables!”. Cuando lo conozco en abril de 2005, Darío trabaja de médico en Cerrito, una ciudad pequeña de 5.000 habitantes situada a cincuenta kilómetros de Paraná, en la provincia de Entre Ríos. O lo que es lo mismo, en el corazón del imperio de la soja. En esta región de la pampa, antes famosa por su diversidad agrícola, el cultivo de la oleaginosa ha pasado de 600.000 hectáreas en 2000 a 1.200.000 tres años después. Al mismo tiempo la producción de arroz descendía de 151.000 a 51.700 hectáreas. Un mínimo de dos veces al año los aviones fumigadores o los mosquitos inundan la región de Roundup, a veces hasta la misma puerta de las casas, puesto que aquí la soja Roundup Ready lo ha invadido todo.
“Es como una fiebre, una epidemia”, suspira Darío Gianfelici, que me enseña a través del parabrisas los famosos chorizos. Al no saber ya dónde almacenar los granos porque la infraestructura no era suficiente, los productores inventaron unos silos en forma de chorizo que ahora jalonan los márgenes de las carreteras. Si el doctor se ha convertido en un militante en contra de los OGM no es por una cuestión ideológica, sino porque le preocupa la evolución de las patologías a las que se enfrenta en su consulta. “Yo no sé si la técnica biotecnológica constituye un peligro para la salud”, quiere precisar, “en cambio, denuncio los daños sanitarios que provocan tanto las fumigaciones masivas de Roundup como el consumo abusivo de soja Roundup Ready”. Y recuerda la toxicidad del glifosato y, sobre todo, como hemos visto, de los surfactantes (esas sustancias inertes que permiten al glifosato penetrar en la planta), como el polioxietileno-amina (PO EA). Ahora bien, más en Argentina que en otros lugares, la publicidad de Monsanto que asegura que el Roundup es “biodegradable y bueno para el medio ambiente” ha llevado a que no se tome ninguna precaución con las fumigaciones que contaminan todo el medio ambiente: el aire, la tierra y las capas freáticas. Aunque el representante del Estado, Miguel Campos, afirma con enorme seguridad que el “Roundup es el herbicida menos tóxico que existe”...
Pero Darío Gianfelici es categórico: “Muchos médicos de la región hemos constatado un aumento muy significativo de las anomalías de la fecundidad (como abortos naturales o muertes fetales precoces), disfunciones de tiroides y del aparato respiratorio (como edemas pulmonares), de las funciones renales o endocrinas, enfermedades hepáticas y dermatológicas o problemas oculares graves. También nos preocupan los efectos que pueden tener los residuos de Roundup que ingieren los consumidores de soja, porque se sabe que algunos surfactantes son perturbadores endocrinos. En la región se ha constatado una cantidad importante de criptorquidias y de hipospadias en los chicos jóvenes y de disfunciones hormonales en las niñas, algunas de las cuales tienen la regla desde la edad de los tres años...”.
Curiosamente, el programa Soja Solidaria fue el primero que provocó que las instituciones se pusieran en guardia en relación no tanto con los OGM como tales sino con los riesgos que suponía para los niños el consumo excesivo de soja. Así es como en julio de 2002 el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales organizó un foro sobre el tema en el que se recordó que “no se debe llamar ‘leche’ al zumo de soja y que en ningún caso debería reemplazar a esta”. Los profesionales sanitarios subrayan que la soja es mucho menos rica en calcio que la leche de vaca y que su fuerte concentración en fitatos impide la absorción de metales como el hierro o el cinc por parte del organismo, lo que aumenta el riesgo de anemia. Y, sobre todo, desaconsejan vivamente el consumo de oleaginosas en niños menores de cinco años por una razón que cae por su propio peso: como hemos visto, la soja es rica en isoflavonas, que sirven de sustituto hormonal a las mujeres en la premenopausia y, por lo tanto, pueden provocar importantes problemas hormonales en organismos que están en pleno desarrollo.
“Estamos preparando un auténtico desastre sanitario”, resume Darío Gianfelici, “pero, por desgracia, los poderes públicos no han calibrado lo que está en juego y quienes osan hablar de ello son considerados unos locos que se oponen al bienestar del país”.
Aquel día el doctor tiene una cita en una escuela católica dirigida por unas religiosas alemanas. El imponente caserón rosa ocre de estilo colonial emerge en medio de una vasta extensión de soja. “La semana pasada”, explica la directora, “fumigaron Roundup justo antes de la lluvia. Después hubo un sol muy fuerte que provocó la evaporación. Muchos alumnos empezaron a vomitar y se quejaban de dolor de cabeza”. La religiosa pidió a los servicios sanitarios de la provincia que lo investigaran y estos concluyeron que se trataba de un “virus”... “Sin embargo, analizaron el agua pero no encontraron nada”, precisa la religiosa.
–¿Estudiaron la posibilidad de una intoxicación debida a los productos químicos? –pregunta Darío.
–No –responde Ángela, una maestra–. Cuando apuntamos esta hipótesis, lo negaron categóricamente...
Ángela sabe de qué está hablando. Vive en una casita rodeada de campos de soja. Cada vez que fumigan padece violentas migrañas, irritación en los ojos y dolores articulares. “Hablé con los técnicos”, explica. “Lo único que conseguí es que me avisaran cuando fueran a fumigar el herbicida y durante dos días me voy de casa con mi familia. Me sugirieron que vendiera la casa, pero, ¿para ir adónde? La soja vale más que nuestras vidas...”
miércoles, 25 de marzo de 2009
Su verdadero pecado –mortal- es no ser pobres
“¿Le parece justo que después de veinte años de entregarle mi vida al entretenimiento de la gente, de jugarme entero en la televisión, de construir mi empresa ladrillo sobre ladrillo, de darle trabajo a la gente, no pueda disfrutar en paz mi dinero bien habido?”
“¿Usted cree que nos merecemos esto? ¿Porqué nadie hace nada para protegernos, para cuidarnos?”
Póngale la firma que quiera. No es preocupante, a decir verdad, que los “famosos” –tanto imbéciles como lúcidos- atiborren las pantallas protagonizando brotes paranoides y exigiendo mano dura. Porque después de todo, son famosos. Forman parte de la caterva de supuestos inocentes mediáticos que afirman no meterse en política pero desde hace décadas vienen sustentando este capitalismo salvaje, desigual y deshonesto con su silencio, con su tergiversación, con su ocultamiento cómplice o con el aprovechamiento descarado de prebendas y sinecuras.
Marcelo, Mirta, Moria o Susana, vayan o no personalmente a la Plaza, se’gual. Para ellos, la inmoralidad de la miseria se ha convertido en una costumbre tan arraigada –y tan necesaria- que la consideran decencia.
Los billetes apilados en las cajas de seguridad han conseguido generar en sus neuronas un vallado protector e infranqueable, que les impide –a Dios dan gracias- relacionar algunos cientos de countrys, miles de 4x4’s y Mercedes con custodia, colegios privados y empresas construidas a fuerza de decretazos benefactores, con hambrunas, desocupación, analfabetismo, drogas duras y violencia mamada desde el biberón escaso y mugriento.
Por supuesto que ellos no son culpables. Sólo co-rresponsables. Por omisión o desidia, eligieron aceptar un mundo injusto y terrible y obtener de él el mejor provecho posible. Triunfaron en ese mundo, y no es su culpa si estar entre los pocos que ganan implica desentenderse de los muchos que pierden. Como diría Mirta, “cuando estás mal, te maltratan” y nadie quiere ser maltratado. Ellos supieron evitarlo.
Pero insisto: no son ellos los que me preocupan, sino los otros. Los miles de gansos aquiescentes que el 18 próximo estarán en la Plaza, tratando de sacarse la foto con semejantes ídolos. Los que se ufanarán luego en La Paternal o en Flores, contándole a los chochamus del bar de la esquina que estuvieron allí pidiendo la pena de muerte.
Me asusta mi suegra, maestra de toda la vida, o mi cuñado, ingeniero electrónico, que no van a la Plaza pero lo miran por TV, y sin duda se sentirán solidarios con tantos miles de acorralados y aterrorizados ciudadanos.
Me estremecen aquellos cientos de miles de opinantes irreflexivos que no tendrán nunca nada de valor para ser robado, pero que se identifican ciegamente con un reclamo hipócrita y falsario que exige la muerte para defender la propiedad. No comprenden que su aprobación maquinal no sólo los hace menos dignos como individuos, sino que ayuda a justificar la riqueza indefendible y ofensiva, el insulto exhibicionista en un país donde poseer una casa modesta, un auto usado, un trabajo pasable, parece un logro inalcanzable para el 50 por ciento de sus compatriotas.
Todos ellos le exigen al Estado que mate. Ninguno de ellos se animaría a matar. ¿Qué podría criticar este cronista de un padre -herido por la pérdida- que decide eliminar por propia mano al asesino de su hijo? Pero ¿qué tiene que ver ese padre con otro que sale a pedir llorando por televisión que alguien haga lo que él no se atreve a hacer?
Aunque las estadísticas afirmen que la Argentina es uno de los países más seguros de América. Aunque desmientan de forma categórica que la violencia no es un “atributo natural” de la pobreza, sino resultante de una moral social distorsionada y enferma y, como tal, afecta a todos en distintas formas (1). Aunque se les asegure que la mano dura nunca ha solucionado nada en ningún país del mundo. Ellos seguirán negándose a entender que su misma condición de “bienpensantes” es la que los convierte en víctimas potenciales.
Porque es esa indiferencia, ese pecado de omisión, esa mirada neutra y vacía que mantienen ante la desgracia ajena, la que los hace enemigos, odiados, los trasmuta en rubios, altos y de ojos celestes, aunque sean hijos de un cetrino peón siciliano o un carretero de Castilla cortón y morrudo.
Ellos, los que no son famosos, van a Plaza de Mayo sin poder creer que la injusticia está de su lado. No son ricos, y piensan que eso los absuelve. Lo triste, lo verdaderamente preocupante, es que no pueden reconocer que, para la otra miserable mitad de la población, su verdadero pecado –mortal- es no ser pobres.
Enrique Gil Ibarra
(1) No es moralmente diferente la violencia del chorro pobre que mata en medio de un robo, que la de un joven de clase media que atropella a alguien circulando a 180 kilómetros por hora.