Rápido, que se va todo al carajo !!

miércoles, 1 de abril de 2009

Que en Paz descanse, Don Raul.

No solo te mueres tú, sino que también se va contigo el último Radicalista con casta.
Los que vienen atrás tuyo, no saben como atar los cobos, perdón, quería decir los cabos para convencer a los mortales que ellos también son ridiculistas, perdón otra vez, quería decir radicalistas.
Tu suerte será la de no pasar vergüenza ajena.
Saludos a mi vieja, si la ves por ahí.

Marcelo

martes, 31 de marzo de 2009

"Yo, Picasso": genio y chamán

El "Guernica"— ese extracto de universo sin palomas
El "Guernica"— ese extracto de sangre, rebeldía y llanto

Por Cristina Castello 

"Yo, Picasso" era su frase favorita. Fue un desesperado por la vida y la arrasó. No tuvo límites. Ni para crear, ni para doblegar. Ni para beberse el arte, el alcohol y los burdeles; ni para encerrarse en silencio, para crear. El 8 de este abril se cumplen los treinta y seis años de su adiós (¿A Dios?). Hoy grita, gime, increpa y resiste desde el "Guernica", su obra maestra. Desde ese cuadro que es historia, que escribió la Historia, y que es emblema de libertad, "Yo, Picasso" sigue alertando a los inocentes de la Tierra. En el corazón de este mundo trémulo, su clamor pictórico y vital tiene hoy, aún más entidad. 
Niño prodigio y superdotado; comunista y pacifista, o burgués. Tierno y cruel; amigo y traidor... aquella vez. Aunque ardió en su fuego, salió siempre ileso, él. Calcinaba a los otros. A las otras. Las mujeres eran sus diosas, pero también, "frazadas para limpiar pisos" y "máquinas para sufrir". Sus ojos desorbitaban destinos. Lo rodeó la muerte y lo abrazó la vida, hasta los 91, cuando nos dejó. ¿Quién fue: Eros o Tánatos?
Fue un chamán, un genio; el mayor artista del siglo XX y hasta ahora sin parangón. Pintor, escultor, grabador, dibujante, su obra fue decisiva para el desarrollo del arte, incluso para el diseño gráfico, la ilustración y el cómic. Ganó un dinero incalculable; mientras otros artistas morían de hambre, él vivía en castillos y, cuando sus obras los desbordaban, no los vendía: compraba otros.
Se declaraba pacifista y fue miembro del Partido Comunista Francés, hasta su adiós. Pero si bien la obra del Picasso de los 20 años, refleja el desconsuelo de los excomulgados de la humanidad, el de los cuerpos abismados, y el de los ciegos, después nunca mostró explícitamente un compromiso con el dolor universal. Hasta que el demonio nazi aliado a ese otro amo de los infiernos —el Generalísimo español Francisco Franco— se encaramó en pájaros asesinos. Pájaros-aviones que bombardearon la ciudad vasca de Guernica el 26 de abril de 1937, y la muerte puso huevos en la herida. ¡Oh ruiseñor de sus venas! (García Lorca).
El chamán Picasso reaccionó de inmediato en favor de los republicanos. Henchido de ira y pletórico de arte, pintó el célebre "Guernica". 
El "Guernica"— ese extracto de universo sin palomas. El "Guernica"— ese extracto de sangre, rebeldía y llanto, a partir del cual hay un antes y un después. Un antes y un después para la pintura; un antes y un después —o debería haberlos— en las conciencias de quienes miran esos tres metros de alto y ocho de largo, de arte, furia y piedad. 
Con esta pintura, nada más —y nada menos—, que está en el Museo "Reina Sofía" de Madrid, hubiera sido suficiente para la gloria del genio.
El "Guernica" es un alegato contra la guerra, contra el terrorismo franquista y contra todo fascismo. La violencia, las madres, las mujeres, la maternidad, la sexualidad, laten en esa obra, como un retrato del espanto. Fragmentos de vidas y muertes, son pequeñas imágenes de la gran imagen de un caos organizado, en la obra suprema que exige Libertad. 
De un lenguaje pictórico sorprendente, es el trabajo de un maestro de la composición que revela, a la vez, la mirada inocente de un niño.
Así fue Pablo Picasso. De pequeño pintó como un adulto, y recién en su madurez, recuperó su mirada de infante: "Desde niño pintaba como Rafael, y me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño". Cierto, no es fácil recuperar la inocencia.
Pero nunca estuvo solo para buscar su mirada virgen; un año antes de morir, cuando tenía ya 90, dijo que la muerte fue la única mujer que lo acompañó siempre. Y entonces, las trece diosas "oficiales" que fueron sus frazadas para limpiar pisos y que, sin embargo, lo amaron incluso hasta el suicidio... ¿Qué hicieron?

Animal en celo

Quiso ser libre como el mar, y resultó esclavo de su sed hacia todo y hacia todas. Como un animal en celo, necesitaba de las mujeres, con la misma potencia con que las mimaba primero, y maltrataba después. Se desesperaba por las adolescentes, quería probar toda forma de sexo, ahogarse de pasión para mejor emerger. Si hasta fue sospechado de homosexual por el novelista Norman Mailer. ¡Vaya "delito"!
Después de haber pintado "El picador", en La Coruña a los cuatro años, se enamoró de Carmiña. Él tenía diez octubres; ella es "La niña de los pies descalzos", cuadro que el Maestro conservó hasta su adiós.
Jadeante de deseo y tórrido de delectaciones, de allí en más todos sus amores —¿sabía amar?— se convirtieron en pinturas. Por sus etapas: azul, rosa, cubista, la de cercanía al surrealismo, la expresionista, las de las máscaras africanas —por todas, después de Carmiña— desfilaron muchas de sus mujeres. La cupletista célebre Josefa Sebastiá— "La Chelito"; las que surgieron de aventuras, producto de la frecuentación de cabarés de París, Barcelona y Madrid y más. 
Hasta que llegó —le llegó— Fernande Olivier. Con ella convivió en el barrio de Montmartre, en París, pero se escapó del hogar para crear otro con Eva Gouel, a quien llamaba "Ma Jolie" ("Mi Linda"). 
1917 le regaló a Olga Koklova, bailarina del ballet ruso, al que abandonó por Don Pablo Ruiz Picasso, llamado así hasta que —por rechazo hacia su padre— comenzó a firmar sólo son el apellido de su mamá. Al año siguiente se casaron: la princesa fue la única esposa de Picasso ante la ley; a partir de entonces, se integró la "alta sociedad" y vivió como un burgués. La rusa aristocrática, se había presentado ante él, altiva: 
—"Soy Olga Koklova, la sobrina del Zar", tronó como si susurrara, al tiempo que descubría su escote de aguas sediciosas frente al sediento de toda sed.
Bellísima sobre su metro 55 de estatura, en las obras de su esposo apareció como una tonta, empecinada, e insatisfecha. ¿Existe la realidad o existen los ojos que la miran? 
El primer hijo de ambos, Paulo, nació tres años más tarde, y ayudó a disimular el fin del amor, que se anunciaba. Con sus monerías infantiles, regocijaba a las arenas de la Costa Azul, al tiempo que la decadencia de la pareja encontraba su apogeo. 
Como si su vida hubiera sido un best-seller, la historia del Genio estuvo signada también por la tragedia. Paulo, con quien siempre había sido indiferente, murió de cirrosis y alcohólico; y —por una perversión del destino— su nieto Pablito se suicidó el día de la muerte del artista, pues Jacqueline Roque, su última y dictadora compañera, no lo dejó entrar al funeral. El pequeño bebió cantidades de lavandina, y se fue de la Tierra... ¿Con su abuelo, a Dios?
Picasso había fumado opio en París con Apollinaire, Mirbeau, Lautrec y Modigliani. Buscaban semillas de sueños para sembrar la aurora. Fumaban para soñar. Y como un sueño llegó a su vida Marie-Thérèse Walter, cuando ella tenía 17 años y él 46. Era 1927. 
El deseo erótico se sumaba al placer de la aventura; el secreto de los encuentros era absoluto, para evitar problemas con la ley, por la edad de la adolescente. Cuando nació María concepción, Maia, la hija de los dos, Olga fue abandonada. Y también, a su turno, Marie-Thérèse, quien, sin embargo, siguió asistiéndole con devoción: le cortaba las uñas y el pelo y las guardaba, en un orden cronológico estricto, pues él temía que le hicieran brujerías. Escribió a su amado durante treinta años; y finalmente, cuando él murió, se suicidó en la casa de Picasso en la Costa Azul. 
Los ojos verdes de la fotógrafa yugoslava Dora Maar, le llegaron de la mano de Paul Éluard y su dulce esposa Nush, quienes los presentaron en un café de París. Corría 1936 y el chamán cayó rendido ante su belleza e inteligencia. Pero... ¿Es que él se rendía ante algo o alguien? 
No, también desertó de aquella mirada esmeralda, para tomar de la mano a Françoise Gilot, en 1943, con quien tuvo otros dos hijos: Claude y Paloma. 
Dora, brillante y talentosa, había fotografiado toda la etapa del Guernica, mientras sufría escenas de celos, que continuaron después de la separación. Cada vez que él la encontraba con alguna posible pareja, hacía escándalos mayúsculos; para su delirio, cada mujer llevaba la "marca Picasso" y a ella se debía. Dora terminó en un manicomio, y finalmente se hizo profundamente religiosa.
Fue Jacqueline Roque, su última mujer, la única que pudo dominarlo, bueno... apenas; trató de aislarlo de sus amistades, hijos y nietos, lo acompañó hasta el final. Después de la muerte de Picasso en 1973 en Mougins, Francia, se pegó un tiro, pues no encontraba un sentido a la vida, sin él. Están enterrados juntos, en los jardines del Palacio de Vauvenargues, que Picasso había comprado, pero donde nunca había vivido, en la Riviera Francesa. Mientras se comía la vida, sin saberlo, había preparado su propio sepulcro, suntuoso. 

El arte a quemarropa 

Casi todas sus mujeres escribieron libros sobre él. Pero cuando Françoise Gilot, publicó "Mi Vida Con Picasso", él no quiso ver nunca más a los hijos de ambos, Claude y Paloma. Con la única que se frecuentaba a veces, era con Maia, hija de Marie-Thérèse, se recordará. Ya grande, ella reconoció que su padre hubiera deseado guardar consigo a todas las mujeres; como un coleccionista, las clasificaba por color, forma y espíritu. Como a las mariposas.
¿Cuál de sus mujeres fue la más amada, si es que amó a alguna, más allá del ansia de poseerlas todas? Quizás lo fue la más oculta, la poeta Geneviève Laporte, más de 40 años más joven que él, bella, refinada, sutil. Aparentemente la relación duró un lustro, pero jamás la olvidó. "Nunca podré ser más que tus pinceles /Ser obra de tus manos /Estar dentro de ti", reza un fragmento de alguno de sus poemas para él. 
Pero todas le escribieron versos. Y también él escribió, entre cuyos libros, el más conocido es la obra de teatro "El deseo agarrado por la cola". Él lo podía todo. ¿Todo?
El poeta Guillaume Apollinaire lo escuchaba y acompañaba, con el afecto de los amigos verdaderos. Curiosa vida: en 1911 un empleado suyo robó algunas estatuillas del Museo del Louvre y las vendió a Picasso. Apollinaire fue detenido por la policía francesa y el genio fue llamado a declarar. Dijo no conocer en absoluto al poeta. Fue una traición. 
¿Y cómo llamar a las expresiones de Joan Miró, cuando, con su esposa Pilar, se enteró de la muerte del gran Maestro? "Pilareta —se alegró— desde ahora el número uno soy yo".
Cada palabra es un autorretrato: aquí, el de Monsieur Miró. 
Pablo Picasso dejó un imperio y sus herederos viven en torno de su fortuna; salvo Paloma Ruiz Picasso, hija del pintor y de Françoise, que tiene su propio imperio de fragancias, joyas y bolsos. A ella le correspondieron 30.000 millones de la herencia, es dueña... hasta de rascacielos y, con su hermano Claude, compraron la isla Petalious en Grecia, a la cual casi no van. Amaba a su papá: le importaba su inteligencia y su bohemia; ríe cuando cuenta que —ante ciertos gastos— le escuchaba siempre la misma respuesta: "¿Crees que eres la hija de Rockefeller?".
Picasso, ¿Eros, Tánatos, o ambos? Quizá ninguno. Picasso era un genio, y a los genios no se los suele medir con la misma vara que a todos. Tienen la "pasión del Absoluto", de la que escribió Louis Aragon, aunque no se refería a ellos. Son seres para quienes nada es suficientemente "algo".
Aunque tengan una vida social activa, están aislados. Necesitan encontrar-se en la soledad, su único lugar posible. ¿Saben amar? El arte es un amante tan exigente que quiere al hombre todo entero, según Miguel Ángel Buonarroti. "Nunca podré ser más que tus pinceles", había comprendido sabiamente Geneviève. 
¿Hay un lugar cierto para alguien más, en la vida de un genio o de un artista? No, salvo si ese alguien sólo acompaña como una "frazada para limpiar pisos"; o si es capaz de no perder su propia libertad interior y de conservar su propio mundo, en lugar de subordinarse al genio y dedicarse a la ceremonia de su adoración. Una de las pocas excepciones fue la conducta de Johann Sebastian Bach, quien tuvo una cotidianidad aparentemente normal. No hay muchas más. 
Aunque transiten las sombras, ellos tienen gula de luz. Tienen furia de hurgar en sus propias ventanas, hacia adentro, para encontrar ese nido celeste. Esa parte de Infinito que justifica y explica el arte, para de vivir entre el cielo y la tierra con aspiración de eternidad.
El mundo es hoy una boa devoradora de vidas. Pueda Picasso, pueda el "Guernica" estremecer otra vez el corazón del hombre. Y que la Justicia "rompa sus andrajos grotescos de farándula, se escape de la pista, se meta por la puerta falsa, donde los mercaderes del mundo dirigen los destinos del hombre, y esa Justicia, pida la palabra" (León Felipe).

*Cristina Castello es poeta y periodista. Buenos Aires /París

El mundo según Monsanto


Los creadores del monstruo. El libro de Marie-Monique Robin.

Adelanto del libro de Marie-Monique Robin, la periodista francesa que investigó los crímenes de la ESMA y que ahora desnuda al gigante de los transgénicos. Una de las compañías más polémicas del mundo que acumula una infinidad de procesos penales debido a la toxicidad de sus productos.

                         La “sojización” del país.

 

 

Para Monsanto la crisis argentina es una oportunidad que supera sus mayores esperanzas. La soja Roundup Ready se expande como un reguero de pólvora desde La Pampa hacia el norte por las provincias del Chaco, Santiago del Estero, Salta y Formosa. Mientras que en 1971 los cultivos de oleaginosas sólo representaban 37.000 hectáreas, pasan a ser 8.300.000 en 2000, 9.800.000 en 2001,11.600.000 en 2002, para llegar a los 16 millones de hectáreas en 2007, esto es, el 60% de las tierras cultivadas. El fenómeno es de tal envergadura que se habla de “sojización” del país, un neologismo que designa una profunda reestructuración del mundo agrícola, cuyos funestos efectos no tardarán en manifestarse.

En un primer momento, cuando la crisis abate la economía nacional, se dispara el precio de la tierra porque se ha convertido en un valor refugio que permite inversiones tan fructíferas como rápidas. “En mi sector”, cuenta Héctor Barchetta, “el precio de la hectárea pasó de 2.000 a 8.000 dólares. Los productores más frágiles acabaron por vender, lo que provocó una concentración de la propiedad inmobiliaria.” De hecho, la superficie media de las explotaciones de La Pampa pasó en una década de 250 a 538 hectáreas, mientras que el número de granjas se reducía un 30%. Según el censo agrícola realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), entre 1991 y 2001 quebraron 150.000 campesinos, 103.000 de ellos tras la llegada de
la soja transgénica. En esta misma fecha unos 6.000 propietarios poseían la mitad de las tierras cultivadas del país, mientras que 16 millones de hectáreas pertenecían ya a extranjeros, un proceso que se ha acentuado todavía más después.

“Asistimos a una expansión sin precedentes del agrobusiness, de la agricultura industrial dirigida a la exportación, en detrimento de la agricultura familiar, que desaparece”, se lamenta Eduardo Buzzi, presidente de la Federación Agraria Argentina. “Los campesinos que se marchan son reemplazados por actores que no provienen del mundo agrícola: se trata de fondos de pensión o de inversores que invierten su dinero en ‘consorcios de semillas’ y que se lanzan al monocultivo de
la soja Roundup Ready, en colaboración con multinacionales como Cargill o Monsanto. Todo ello en detrimento de los cultivos alimenticios.”

De hecho, mientras que
la soja Roundup Ready prosigue su imparable avance y transforma al antiguo granero del mundo en un productor de forraje para el ganado europeo, las producciones alimenticias desaparecen. Según fuentes oficiales, de 1996-1997 a 2001-2002 el número de tambos, explotaciones lecheras, se redujo un 27%, y por primera vez en su historia, el país de las vacas tuvo que importar leche de Uruguay. Igualmente, la producción de arroz descendió un 44%; la del maíz, un 26%; la del girasol, un 34%; la de la carne porcina, un 36%. Este movimiento fue acompañado de una subida vertiginosa del precio de los productos básicos de consumo: por ejemplo, en 2003 el precio de la harina subió un 162%, el de las lentejas (muy apreciadas en la cocina nacional), un 272% o el del arroz, un 130%. “El argentino medio come mucho peor que hace treinta años”, subraya Walter Pengue, “y lo irónico del caso es que se nos anima a cambiar la leche y la carne de vaca, que siempre han formado parte de la dieta nacional, por leche y bistecs de soja...”.

Lo que cuenta el agrónomo argentino no es una broma de mal gusto, sino una realidad. En un país en el que el dulce de leche y la carne de vaca son ingredientes esenciales del patrimonio cultural, el propio secretario de Agricultura, Miguel Campos, se apresura a proporcionar una “buena dirección” de un “restaurante sojero” en Buenos Aires. A continuación elogia la generosidad del programa Soja Solidaria lanzado en 2002 por la AAPRESID, que decidió “ayudar” a su manera a los 10 millones de marginados que sufrían desnutrición, de ellos un niño de cada seis. La idea es simple: “Dar un kilo de soja por cada tonelada exportada”. La campaña fue apoyada por los grandes medios de comunicación, que no dudaron en presentar Soja Solidaria como una “idea brillante que va a cambiar la historia”. Por lo que se refiere al ineludible Héctor Huergo, director del suplemento Clarín Rural, anima al gobierno a “sustituir los actuales programas de ayuda social por una cadena solidaria de coste cero gracias a una red de distribución de soja, uno de los alimentos más completos que basta con hacer que entre en nuestra cultura”.

Para ello, los promotores de los
OGM (organismos genéticamente modificados) no escatimaron medios: gracias al gasoil proporcionado gratuitamente por Chevron-Texaco se entregaron cargamentos de soja a cientos de comedores populares y escolares de los barrios desfavorecidos y de chabolas, a las residencias de ancianos, hospitales y a cuantas obras de caridad había en Argentina. Por todo el país se crearon talleres en los que unos voluntarios (en la Universidad Católica de Córdoba se habla incluso de “brigadistas de la soja”) enseñan a unos “cocineros” cómo fabricar “leche”, hamburguesas y otras milanesas de soja. Así, en la página web nutri.com se aprende que en Chimbas, en lo más profundo de la provincia de San Juan, un “programa municipal” permitió “formar en el consumo de soja” a 6.000 personas y que se movilizó a 1.000 voluntarios para distribuir “leche de soja” a 12.000 niños...

Cuando Soja Solidaria celebra su primer aniversario, Víctor Trucco, presidente de la AAPRESID, no oculta su satisfacción: “Con el tiempo”, escribe entonces en Clarín, “se recordará el año 2002 como el de la incorporación de la soja a la dieta de los argentinos”. Y hace un balance: “Hemos aportado 700.000 toneladas de soja, que representan 280.000 kilos de proteínas de alto valor u ocho millones de litros de leche, o 2.300.000 kilos de huevos, o un millón y medio de kilos de carne”. Una retahíla muy discutible que se supone oculta un propósito resumido por la página web de Soja Solidaria en una frase que tiene el mérito de la claridad: “El plan ha ayudado a la difusión de la soja en el país”.

Un desastre sanitario. “Mire”, dice malhumorado el doctor Darío Gianfelici al volante de su coche, “plantan soja hasta en los arcenes de la carretera. Durante la estación de las fumigaciones, uno puede acabar completamente empapado, ¡las autoridades sanitarias de este país son completamente irresponsables!”. Cuando lo conozco en abril de 2005, Darío trabaja de médico en Cerrito, una ciudad pequeña de 5.000 habitantes situada a cincuenta kilómetros de Paraná, en la provincia de Entre Ríos. O lo que es lo mismo, en el corazón del imperio de la soja. En esta región de la pampa, antes famosa por su diversidad agrícola, el cultivo de la oleaginosa ha pasado de 600.000 hectáreas en 2000 a 1.200.000 tres años después. Al mismo tiempo la producción de arroz descendía de 151.000 a 51.700 hectáreas. Un mínimo de dos veces al año los aviones fumigadores o los mosquitos inundan la región de
Roundup, a veces hasta la misma puerta de las casas, puesto que aquí la soja Roundup Ready lo ha invadido todo.

“Es como una fiebre, una epidemia”, suspira Darío Gianfelici, que me enseña a través del parabrisas los famosos chorizos. Al no saber ya dónde almacenar los granos porque la infraestructura no era suficiente, los productores inventaron unos silos en forma de chorizo que ahora jalonan los márgenes de las carreteras. Si el doctor se ha convertido en un militante en contra de los OGM no es por una cuestión ideológica, sino porque le preocupa la evolución de las patologías a las que se enfrenta en su consulta. “Yo no sé si la técnica biotecnológica constituye un peligro para la salud”, quiere precisar, “en cambio, denuncio los daños sanitarios que provocan tanto las fumigaciones masivas de Roundup como el consumo abusivo de
soja Roundup Ready”. Y recuerda la toxicidad del glifosato y, sobre todo, como hemos visto, de los surfactantes (esas sustancias inertes que permiten al glifosato penetrar en la planta), como el polioxietileno-amina (PO EA). Ahora bien, más en Argentina que en otros lugares, la publicidad de Monsanto que asegura que el Roundup es “biodegradable y bueno para el medio ambiente” ha llevado a que no se tome ninguna precaución con las fumigaciones que contaminan todo el medio ambiente: el aire, la tierra y las capas freáticas. Aunque el representante del Estado, Miguel Campos, afirma con enorme seguridad que el “Roundup es el herbicida menos tóxico que existe”...

Pero Darío Gianfelici es categórico: “Muchos médicos de la región hemos constatado un aumento muy significativo de las anomalías de la fecundidad (como abortos naturales o muertes fetales precoces), disfunciones de tiroides y del aparato respiratorio (como edemas pulmonares), de las funciones renales o endocrinas, enfermedades hepáticas y dermatológicas o problemas oculares graves. También nos preocupan los efectos que pueden tener los residuos de
Roundup que ingieren los consumidores de soja, porque se sabe que algunos surfactantes son perturbadores endocrinos. En la región se ha constatado una cantidad importante de criptorquidias y de hipospadias en los chicos jóvenes y de disfunciones hormonales en las niñas, algunas de las cuales tienen la regla desde la edad de los tres años...”.

Curiosamente, el programa Soja Solidaria fue el primero que provocó que las instituciones se pusieran en guardia en relación no tanto con los OGM como tales sino con los riesgos que suponía para los niños el consumo excesivo de soja. Así es como en julio de 2002 el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales organizó un foro sobre el tema en el que se recordó que “no se debe llamar ‘leche’ al zumo de soja y que en ningún caso debería reemplazar a esta”. Los profesionales sanitarios subrayan que la soja es mucho menos rica en calcio que la leche de vaca y que su fuerte concentración en fitatos impide la absorción de metales como el hierro o el cinc por parte del organismo, lo que aumenta el riesgo de anemia. Y, sobre todo, desaconsejan vivamente el consumo de oleaginosas en niños menores de cinco años por una razón que cae por su propio peso: como hemos visto, la soja es rica en isoflavonas, que sirven de sustituto hormonal a las mujeres en la premenopausia y, por lo tanto, pueden provocar importantes problemas hormonales en organismos que están en pleno desarrollo.

“Estamos preparando un auténtico desastre sanitario”, resume Darío Gianfelici, “pero, por desgracia, los poderes públicos no han calibrado lo que está en juego y quienes osan hablar de ello son considerados unos locos que se oponen al bienestar del país”.

Aquel día el doctor tiene una cita en una escuela católica dirigida por unas religiosas alemanas. El imponente caserón rosa ocre de estilo colonial emerge en medio de una vasta extensión de soja. “La semana pasada”, explica la directora, “fumigaron
Roundup justo antes de la lluvia. Después hubo un sol muy fuerte que provocó la evaporación. Muchos alumnos empezaron a vomitar y se quejaban de dolor de cabeza”. La religiosa pidió a los servicios sanitarios de la provincia que lo investigaran y estos concluyeron que se trataba de un “virus”... “Sin embargo, analizaron el agua pero no encontraron nada”, precisa la religiosa.

–¿Estudiaron la posibilidad de una intoxicación debida a los productos químicos? –pregunta Darío.

–No –responde Ángela, una maestra–. Cuando apuntamos esta hipótesis, lo negaron categóricamente...

Ángela sabe de qué está hablando. Vive en una casita rodeada de campos de soja. Cada vez que fumigan padece violentas migrañas, irritación en los ojos y dolores articulares. “Hablé con los técnicos”, explica. “Lo único que conseguí es que me avisaran cuando fueran a fumigar el herbicida y durante dos días me voy de casa con mi familia. Me sugirieron que vendiera la casa, pero, ¿para ir adónde? La soja vale más que nuestras vidas...”

 

miércoles, 25 de marzo de 2009

Su verdadero pecado –mortal- es no ser pobres

“Un espanto, mire, vea. ¿Le parece que es posible que yo, que soy honesto y me gané la plata trabajando tenga que vivir encerrado en mi country, blindar mi 4x4 y mandar a mis hijos al colegio en el Mercedes con chofer y custodia?”
“¿Le parece justo que después de veinte años de entregarle mi vida al entretenimiento de la gente, de jugarme entero en la televisión, de construir mi empresa ladrillo sobre ladrillo, de darle trabajo a la gente, no pueda disfrutar en paz mi dinero bien habido?”
“¿Usted cree que nos merecemos esto? ¿Porqué nadie hace nada para protegernos, para cuidarnos?”

Póngale la firma que quiera. No es preocupante, a decir verdad, que los “famosos” –tanto imbéciles como lúcidos- atiborren las pantallas protagonizando brotes paranoides y exigiendo mano dura. Porque después de todo, son famosos. Forman parte de la caterva de supuestos inocentes mediáticos que afirman no meterse en política pero desde hace décadas vienen sustentando este capitalismo salvaje, desigual y deshonesto con su silencio, con su tergiversación, con su ocultamiento cómplice o con el aprovechamiento descarado de prebendas y sinecuras.

Marcelo, Mirta, Moria o Susana, vayan o no personalmente a la Plaza, se’gual. Para ellos, la inmoralidad de la miseria se ha convertido en una costumbre tan arraigada –y tan necesaria- que la consideran decencia. 

Los billetes apilados en las cajas de seguridad han conseguido generar en sus neuronas un vallado protector e infranqueable, que les impide –a Dios dan gracias- relacionar algunos cientos de countrys, miles de 4x4’s y Mercedes con custodia, colegios privados y empresas construidas a fuerza de decretazos benefactores, con hambrunas, desocupación, analfabetismo, drogas duras y violencia mamada desde el biberón escaso y mugriento.

Por supuesto que ellos no son culpables. Sólo co-rresponsables. Por omisión o desidia, eligieron aceptar un mundo injusto y terrible y obtener de él el mejor provecho posible. Triunfaron en ese mundo, y no es su culpa si estar entre los pocos que ganan implica desentenderse de los muchos que pierden. Como diría Mirta, “cuando estás mal, te maltratan” y nadie quiere ser maltratado. Ellos supieron evitarlo.

Pero insisto: no son ellos los que me preocupan, sino los otros. Los miles de gansos aquiescentes que el 18 próximo estarán en la Plaza, tratando de sacarse la foto con semejantes ídolos. Los que se ufanarán luego en La Paternal o en Flores, contándole a los chochamus del bar de la esquina que estuvieron allí pidiendo la pena de muerte.

Me asusta mi suegra, maestra de toda la vida, o mi cuñado, ingeniero electrónico, que no van a la Plaza pero lo miran por TV, y sin duda se sentirán solidarios con tantos miles de acorralados y aterrorizados ciudadanos.

Me estremecen aquellos cientos de miles de opinantes irreflexivos que no tendrán nunca nada de valor para ser robado, pero que se identifican ciegamente con un reclamo hipócrita y falsario que exige la muerte para defender la propiedad. No comprenden que su aprobación maquinal no sólo los hace menos dignos como individuos, sino que ayuda a justificar la riqueza indefendible y ofensiva, el insulto exhibicionista en un país donde poseer una casa modesta, un auto usado, un trabajo pasable, parece un logro inalcanzable para el 50 por ciento de sus compatriotas.

Todos ellos le exigen al Estado que mate. Ninguno de ellos se animaría a matar. ¿Qué podría criticar este cronista de un padre -herido por la pérdida- que decide eliminar por propia mano al asesino de su hijo? Pero ¿qué tiene que ver ese padre con otro que sale a pedir llorando por televisión que alguien haga lo que él no se atreve a hacer?

Aunque las estadísticas afirmen que la Argentina es uno de los países más seguros de América. Aunque desmientan de forma categórica que la violencia no es un “atributo natural” de la pobreza, sino resultante de una moral social distorsionada y enferma y, como tal, afecta a todos en distintas formas (1). Aunque se les asegure que la mano dura nunca ha solucionado nada en ningún país del mundo. Ellos seguirán negándose a entender que su misma condición de “bienpensantes” es la que los convierte en víctimas potenciales. 

Porque es esa indiferencia, ese pecado de omisión, esa mirada neutra y vacía que mantienen ante la desgracia ajena, la que los hace enemigos, odiados, los trasmuta en rubios, altos y de ojos celestes, aunque sean hijos de un cetrino peón siciliano o un carretero de Castilla cortón y morrudo.

Ellos, los que no son famosos, van a Plaza de Mayo sin poder creer que la injusticia está de su lado. No son ricos, y piensan que eso los absuelve. Lo triste, lo verdaderamente preocupante, es que no pueden reconocer que, para la otra miserable mitad de la población, su verdadero pecado –mortal- es no ser pobres.

Enrique Gil Ibarra

(1) No es moralmente diferente la violencia del chorro pobre que mata en medio de un robo, que la de un joven de clase media que atropella a alguien circulando a 180 kilómetros por hora.

viernes, 6 de febrero de 2009

Preguntas ingenuas


Aclaro desde el vamos que ésta es una reflexión ingenua, sin profundidad ideológica o política, que debe ser (merecidamente) obviada por todo aquel que tenga sus ideas y su estrategia política tan claras como corresponde a un militante que se precie de tal.

Compañeros, nos hemos pasado décadas afirmando ideas y luchando por ellas. En unas pocas ocasiones, alcanzamos en la difusión y aceptación de las mismas un éxito relativo y fugaz. La mayoría de las veces, un rotundo fracaso nos forzó a retroceder, tomar impulso nuevamente y seguir insistiendo. Tengo que reconocer hoy, en mi caso casi 40 años después, que la mayoría del tiempo invertido fue desaprovechado. Infructífero. 
¿Dónde estuvo el error? ¿Cómo es posible que si uno (cualquiera sea) plantea las posibilidades ciertas de mejorar el mundo en el que vive, si explicita lógicamente las maneras, las condiciones en que se puede cambiar gradualmente, si tantos cientos y miles de compañeros en todos las provincias, en todas las ciudades y los pueblos, insistimos y explicamos, demostramos, reiteramos, no hayamos logrado al menos un resultado mensurable en cifras?

Vengámonos más cerca. Me pregunto: ¿cómo es posible que un país (o un continente) como el nuestro, constituido mayoritariamente por hijos y nietos de inmigrantes pobres, de esclavos, de aborígenes cuasi extinguidos, de miserables exiliados que vinieron con una mano tapándose el culo y la otra lo que tuvieran delante, no pueda resolver con cierta generosidad (aunque sea por el recuerdo de sus carencias pasadas) las necesidades básicas de sus compatriotas menos favorecidos, menos afortunados, menos inteligentes o menos instruidos?

Sé perfectamente que es una pregunta idiota. Y que hay, como corresponde, mil respuestas sociológicas, sicológicas, económicas, políticas, ideológicas y tres mil etcéteras para contestarla. 
De manera que no me expliquen obviedades. Porque a lo mejor –digo- precisamente el problema está en que conocemos las respuestas, pero tal vez no sepamos hacer las preguntas necesarias para que el conjunto del pueblo (la “gente”, como se dice ahora), se responda a sí misma y, a su vez, se pregunte qué mierda está haciendo.

Fíjense que no pretendo ya definiciones profundas, sesudas reflexiones sobre la justicia, ni siquiera deseo referirme a la lucha de clases, ni a una ideología, y mucho menos acercarme a una moral social. Vamos más atrás, más a lo básico. Vamos a la 
ética personal. Dirán algunos: “si, muy simple, pero… ¿quién sabe lo que significa esa palabreja?
Y la respuesta es: todos. Tal vez no puedan definirla en largos párrafos o con la estrictez del diccionario, pero todos tenemos grabado a fuego en el cerebro su significación elemental: todos queremos ser “buenos”. No creo que ninguno haya encontrado jamás una sola persona que se califique a si misma, salvo en broma, como “mala”, “deshonesta”, “cruel”, “viciosa”, ni siquiera “egoísta”. En todos los casos, el accionar “dudoso” es justificado mediante una excusa, una explicación, un “no pude hacer otra cosa” que disminuye, si no elimina, la culpa. Y eso, evidentemente, indica que la persona en cuestión “sabe” que no está respondiendo a su imperativo elemental: ser “buena gente”.

¡Pero qué ingenuidad! Estarán pensando varios. Y les avisé que este texto trataba precisamente de eso. Porque si quitamos esa ingenuidad no queda más remedio que concluir que la gran mayoría de los seres humanos, en la Argentina y en el mundo, somos malas personas. Y malos de verdad. ¿Están dispuestos a aceptarlo? ¿Están dispuestos a reconocer –aunque sea en su fuero íntimo- “en realidad soy un/a hijo/a de puta” igual que mi esposa/marido y así serán mis hijos? No lo creo. Creo que todos logramos justificar nuestras “maldades” diarias porque evitamos hacernos las preguntas clave. Aquellas que nos obligan a reconocer que “nos cayó la ficha”, como decimos aquí.

Parto de la base que cualquiera al que le preguntaran si le gustaría que el mundo fuera mejor, más justo, contestaría que si. Y que (incluso honestamente) le gustaría “hacer algo” para ayudar pero, claro, "no sabe" cómo.

Seguramente, cuando alguno de mis compañeros y amigos militantes lea esto, sonreirá irónico y supondrá que los gagacocos (reliquia de Humor Registrado) me comieron el bocho irreversiblemente. Bueno, puede ser, hoy me desperté simple. Tan simple que no tengo respuestas, sino preguntas. Preguntas que, reitero, no tienen que ver con ideologías ni partidos, ni líderes. Que no hacen a la “política”, ni a la “revolución”, ni a la “conciencia” social. Vamos más atrás:

• ¿Le tiré un mango al último pibe que me pidió una moneda para comer?

• ¿Le hice un “favor verdadero” (de esos que cuestan) al último que me lo pidió?

• ¿Sigo pensando (en la práctica) que lo que tengo me lo gané 
solo?

• ¿Creo –conscientemente- que los hijos de los otros son “menos importantes” que los míos?

• ¿Creo –conscientemente- que yo soy “más importante” que los demás?


• ¿Creo –conscientemente- que en los últimos días (no años ni meses) hice de verdad “algo” para que mi país (mi ciudad, mi barrio, mi pueblo) sea mejor?

• ¿Me he detenido cinco minutos (no más) en los últimos días (no años ni meses) para pensar en lo que yo podría hacer para que mi país (mi ciudad, mi barrio, mi pueblo) sea mejor?

A esta altura, ustedes pensarán: “esto parece un manual de autoayuda”. Pero la verdad yo creo que los que no pueden contestar rotundamente “si” o “no” (según corresponda) a todas las preguntas de arriba, verdaderamente necesitan ayuda. Son preguntas simples, básicas, y cualquier persona medianamente honesta puede imaginar sin que yo las escriba las 10 ó 20 preguntas siguientes, las que debería hacerse a solas para decidir, con veracidad, si es o no “buena gente”.
Por supuesto tengo la seguridad de que la mayoría no lo harán. Preguntarse a uno mismo cosas simples suele ser peligroso, porque es casi inevitable hallar las respuestas.

Pero sería interesante que lo hicieran. Porque no sólo quedarían esclarecidos con respecto a la vida que llevan y el porqué el mundo funciona como funciona, sino que entenderían el motivo por el cual aquellos que ya intentamos respondernos esas preguntas hace mucho tiempo, quedamos “atados” a una especie de caprichoso camino del que no podemos (¿no queremos?) salir. 
Comprenderían también porqué “no me pasa a mí” no es una “buena” respuesta. Y ya no se preguntarían “inocentemente” ¿por qué? cuando algunos de nosotros de tanto en tanto nos cansamos, y elegimos transitar ese camino al que nos atamos, por rutas más rápidas, menos amables y muchísimo más dolorosas para todos.


Enrique Gil Ibarra

AY, CHE !, LA CULPA ES DE LOS CHICOS, VISTES?..(decir esto con una papa caliente en la boca para obtener el tono idóneo)

Ahora lo sabemos. Qué afortunada es nuestra sociedad que por fin logró descubrir la verdadera causa de la delincuencia. Y era tan simple, vea. Al final, tenía razón Ruckauf cuando pedía plomo para los delincuentes. Claro, lo que pasaba era que la policía disparaba demasiado arriba; hay que entrenarlos de nuevo para que apunten a no más de un metro y cincuenta centímetros del piso, porque la culpa la tienen los chicos de 14 años.
Así que los metemos presos a todos y se acabó la inseguridad en Buenos Aires que, desde luego, es el fiel reflejo del país.

Este genial descubrimiento lo debemos a los sufridos vecinos de San Isidro, que con la colaboración de sacerdotes, rabinos y esforzados defensores de la libertad y las buenas costumbres, han efectuado una sesuda investigación sociológica que les permitió deducir que, bajando las edades de imputabilidad, se soluciona todo el problema de la inseguridad, la violencia, la delincuencia y la droga. Claro que falta resolver el hambre, la miseria, la falta de trabajo, la humillación diaria, la corrupción, la desigualdad social y la indiferencia. Pero por algo hay que empezar. 
De manera que descargamos la culpa en los pibes de 14, y todos contentos.

No es necesario preocuparse por recordar que esas mismas señoras que aplaudían a Juan Carr frente al Municipio, son las que se bajaban de los aviones provenientes de Miami, con sus valijas repletas de “déme dos”, justito cuando esos chicos que vamos a encarcelar hoy estaban a punto de nacer.

Para qué vamos a decir que sus maridos aullaban en la calle Florida defendiendo las privatizaciones de las empresas del Estado que dejaron sin trabajo a miles de argentinos condenándolos, en el mejor de los casos, a apostar a un kiosquito de golosinas o a una remisería globalizados, destinados al fracaso.

Ni siquiera es procedente destacar que la mayoría de las personas serias, razonables y que conocen algo del tema en todo el planeta señalan que la delincuencia en los adolescentes –problema mundial- se produce porque hemos marginado a un enorme sector de la sociedad que, a ver si lo entendemos, no nos debe nada a nosotros. Que somos “los otros”. Los que nos vestimos, comemos, trabajamos, vivimos “como Dios manda”, y recién ahora, cuando las papas queman, nos acordamos que existen estos chicos a los que les dimos vuelta la cara desde antes que nacieran. Como siempre, nuestra solución es sacarlos de la vista. 

Cosa curiosa: no escuché a los vecinos de San Isidro reclamar un cambio de legislación urgente y medidas inmediatas para la resocialización de esos chicos. Si, por supuesto, escuché declamaciones diciendo que “es necesario” que existan centros de reeducación en todo el país. Pero el cambio de Ley de verdad exigido es que puedan ir presos “ya” porque, claro, nos molestan hoy. 
Y todos entendemos que esas declaraciones sobre reeducación e integración social son para la gilada, si después de todo son unos negros de mierda que no tienen arreglo. 

Llama la atención observarnos a los adultos buscando “soluciones”: nos comportamos como chicos. 
En lugar de educar, contener, alimentar, vestir y querer; en vez de exigir a la dirigencia soluciones de fondo para sanear la sociedad enferma en la que vivimos; a contramano de pensar seriamente cómo rescatamos a estos nenes (¡14 años!) para que no elijan robar, queremos meterlos presos. ¿Será que eso es suficiente? Porque luego están los de 13, y los de 12. ¿Dentro de un par de años bajamos la ley de nuevo? ¿Y si los encanamos desde que nacen, así no nos joden más? 

Como si fuéramos chicos, no hicimos nada ayer, pero queremos la solución hoy. Aunque eso signifique cargarle la culpa a alguien, por supuesto siempre más pequeño, siempre más débil.
Elegimos continuar compartiendo, indignamente, la complicidad de la indiferencia. Mañana, con un poco de suerte e imaginación, tal vez la culpa la tengan otros: los paraguayos, los coreanos o los analfabetos. Quizás a algún genio capitalino se le ocurra entonces exigir el voto calificado. Después de todo, como Duhalde dijo hace tiempo, estamos “condenados al éxito”, así que probando y probando, alguna vez la vamos a pegar.
Tantos años pasaron y seguimos en el país jardín de infantes.

Enrique Gil Ibarra

Operación Plomo Impune

Por Eduardo Galeano

Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos.
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Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes.

Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.
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Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelita usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina.

Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.
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Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.

No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.
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Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros.

¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?
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El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.

Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.

Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.
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La llamada comunidad internacional, ¿existe?

¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro?

Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad.

Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.

La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.

(
Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró.)